“La historia propiamente de un pueblo comienza cuando este se eleva a su conciencia”
Hegel.
Cuando Renato Descartes sentenció: “Pienso, luego existo”, estableció que la presencia física no presumía una vida efectiva, pues esta sólo surgía de la autocomprensión histórica, que instauraba una realidad singular y por tanto tangible a los demás.
Si partiéramos de la postura cartesiana: América Latina no existe. En cuanto, no tenemos todavía comprensión cabal de nuestra existencia como unidad física o política. No basta nuestra gran extensión, no es suficiente nuestra densa población, si a ello no la confirmamos en un reconocimiento deliberado de una unidad autónoma per se.
Es más, vivimos colonizados por las palabras: Colón en su confusión geográfica nos achacó ser uno de los extremos de
Por tanto, esta sólo es una construcción lingüística de dudoso origen, se asigna la paternidad al francés Lamennais quien influyo sobre Francisco Bilbao Barquin (1823-1865) a quien le escribiera en 1853: “Nada hay que esperar de
Deseábamos desespañolizarnos, pero ello implicaba otros riesgos que pronto se manifestaron tan dañinos como los anteriores. Ha reflexionado con talante hispanoamericano el escritor conservador español Pio Moa: “La realidad ha impuesto “Latinoamérica”, cosa no del todo injusta, pues esa palabra, conceptualmente corrupta, resume la realidad histórica de unos países desgraciadamente conocidos por fenómenos como el narcotráfico, las guerrillas mesiánicas, el golpismo, la retórica hueca y las manías de grandeza y mezcladas con un esencial falta de autorrespeto”
¿Que ocurrió con el proyecto de integración en el siglo XIX? Fracasado el más ambicioso proyecto bolivariano, desapareció el más formidable caudillo unionista, levantándose sobre su legado un conjunto de caudillos deseosos de preservar una autoridad, aunque sea local, de allí surgieron Francia en Paraguay, Flores en Ecuador, Páez en Venezuela, Santander en Colombia, Santa Cruz en Bolivia y Castilla en Perú.
Frustrado el proyecto unitario, vino la anarquía separatista que sólo pudo ser enfrentada con recias autoridades militares, quienes impidieron la gibarización de estas flamantes repúblicas.
Individualmente forjaron ejércitos nacionales, allí sus respectivos méritos; colectivamente, crearon las más infranqueables fronteras al interior de una misma nación, allí su tragedia para alcanzar la grandeza de Bolívar.
Se nos achaca no tener un plan en común, pero es difícil forjarlo donde no existen siquiera proyectos sub-nacionales de cada país. A través de estos dos siglos de independencia sólo algunos se dotaron de estrategias de Estado, fue el caso de Santa Cruz en Bolivia, el Chile de Portales, el Brasil de los Bragasa y
La contradicción esbozada en el siglo XIX era entre civilización y barbarie. En el siglo XX fue entre dependencia y autonomía. En ambos casos había posiciones equivocadas, la barbarie era lo nativo y la autonomía era la renuncia a priori a la mundialización. Hoy no es posible pensar el desarrollo prescindiendo de lo nativo, veamos el ejemplo chino, hindú o mexicano. Empero, tampoco al revés: soslayando la globalización, sino veamos el TLC o
En nuestra región no han faltado apologístas de la unidad continental en casi todos los países. Rodo en Uruguay, Ugarte en Argentina, Vasconcelos en México o Haya de
Cuando transformamos nuestra lírica en discurso económico, en 1947 con el establecimiento de
Nunca fue más constante el crecimiento regional, a pesar de todas las carencias institucionales. Se superó el dilema entre civilización y barbarie del siglo XIX, el de progreso y atraso del novecientos y se centró entre desarrollo y subdesarrollo.
Los Estados que llevaron con mayor radicalismo estas fórmulas económicas pagaron un alto precio por este romanticismo en sus finanzas públicas: México, Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Perú.
Los que mantuvieron cierta heterodoxia: Brasil y Chile, pudieron mejor superar el corsé cepaliano. Brasil desde los Bragasa –aquella singular dinastía portuguesa que sentó las bases republicanas de los cariocas-, vivió aislada del continente: su lengua, su régimen monárquico y su monumental extensión –ocho millones y medio de kilómetros cuadrados- la hacia poco asimilable a la “normalidad” sudamericana.
Esta singularidad le permitió crear su propia doctrina del desarrollo, desde la época de Getulio Vargas hasta el general Medicil, concertó un proyecto único con objetivos permanentes de Estado. Lo que llevó a Henry Kissinger a identificar a un “sub-imperio” en este mosaico de Estados-siervos.
Este acuerdo-encuentro se plasmó en
Todos sus últimos gobernantes son considerados estadistas, incluyendo al moderado Cardosa y al radical Lula ¿Tantos talentos de derecha e izquierda posee el Brasil? ó ¿Es que un Estado medianamente eficiente es capaz de prodigar mejores gobernantes más allá de sus ideologías?
La premisa brasileña es que venciendo a la favela interna, es posible arrinconar a la pobreza regional. La consistencia diplomática de Itamaraty posibilitó el MERCOSUR y amenaza sentar las bases de
Chile es otro fenómeno de singularismo. Su dimensión fue el efecto motor doctrinario de Diego Portales (1793-1837), para dotar a la aristocracia pelucona de un proyecto interno de sobrevivencia y expansión territorial, que le posibilitó una estrategia estatal con calculado éxito.
En el siglo XX, la discutida Decisión 24 del Acuerdo de Cartagena –sobre el tratamiento al capital extranjero-fue el Rubicon de los sureños contra el parroquialismo económico de la región. Rompió con el autárquico Pacto Andino y se abrió, sin complejos, a la globalización. En su momento fue criticado por imitar a Hong Kong, hoy es copiado por todos en relación al tratamiento de la inversión foránea. Superando internamente el trauma de la guerra civil, todos –izquierda y derecha-, se han concentrado en ser el país sudamericano más importante del Pacífico Sur, para ello se han trazado políticas de Estado a completar durante los próximos 30 años.
América del Sur –o Indoamérica- con sus 400 millones de habitantes, sus 17 millones de kilómetros cuadrados y sus riquezas naturales, carecen hoy de una representación proporcional a su envergadura, todavía los avances parciales no son signos de la existencia de esta América joven; no obstante, hoy ningún país por sí sólo es capaz de enfrentar la globalización, cuando todos comprendamos eso, América Latina dejará de ser una quimera para transformarse en una realidad, para proclamar cartesiana: “Unidos, luego existimos”.
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