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miércoles, 15 de septiembre de 2010

¿Existe América Latina?

“La historia propiamente de un pueblo comienza cuando este se eleva a su conciencia”

Hegel.

Cuando Renato Descartes sentenció: “Pienso, luego existo”, estableció que la presencia física no presumía una vida efectiva, pues esta sólo surgía de la autocomprensión histórica, que instauraba una realidad singular y por tanto tangible a los demás.

Si partiéramos de la postura cartesiana: América Latina no existe. En cuanto, no tenemos todavía comprensión cabal de nuestra existencia como unidad física o política. No basta nuestra gran extensión, no es suficiente nuestra densa población, si a ello no la confirmamos en un reconocimiento deliberado de una unidad autónoma per se.

Es más, vivimos colonizados por las palabras: Colón en su confusión geográfica nos achacó ser uno de los extremos de la India. Hasta que los franceses en la disputa contra los anglosajones, establecieron una nueva zona de influencia cultural, bautizada con el sugestivo nombre de América Latina, para alejarla de la influencia dominante de la América inglesa.

Por tanto, esta sólo es una construcción lingüística de dudoso origen, se asigna la paternidad al francés Lamennais quien influyo sobre Francisco Bilbao Barquin (1823-1865) a quien le escribiera en 1853: “Nada hay que esperar de la América española mientras permanezca enyugada a un clero imbuido en las doctrinas mas detestables (…) La Providencia la ha destinado a formar el contrapeso de la raza anglosajona, que representa y representara siempre las fuerzas ciegas de la materia (…) No llenara esta misión tan bella sino (…) uniéndose y fundiéndose con las otras dos naciones latinas, la nación italiana y la nación francesa”, tiempo después (1856) , Bilbao uso el concepto América Latina ( incluyendo a México y Centroamérica) en una conferencia en Paris, superando la regencia de Hispanoamérica, América del Sur o “Nouveau Monde”. El liberal chileno propuso con entusiasmo las “Bases para la formación de una Liga Latinoamericana” (1861). L.M Tisserand teorizo sobre esta nueva región llamada “L’Amerique Latine”, sirviendo de pretexto para justificar la intervención recolonizadora de Napoleón III en México (1862-1867). Bilbao escribió un opúsculo de denuncia contra este envelecimiento de su propuesta integradora: “La América en peligro” (1862), donde confirmo la lealtad a sus ideales libertarios.

Deseábamos desespañolizarnos, pero ello implicaba otros riesgos que pronto se manifestaron tan dañinos como los anteriores. Ha reflexionado con talante hispanoamericano el escritor conservador español Pio Moa: “La realidad ha impuesto “Latinoamérica”, cosa no del todo injusta, pues esa palabra, conceptualmente corrupta, resume la realidad histórica de unos países desgraciadamente conocidos por fenómenos como el narcotráfico, las guerrillas mesiánicas, el golpismo, la retórica hueca y las manías de grandeza y mezcladas con un esencial falta de autorrespeto”

¿Que ocurrió con el proyecto de integración en el siglo XIX? Fracasado el más ambicioso proyecto bolivariano, desapareció el más formidable caudillo unionista, levantándose sobre su legado un conjunto de caudillos deseosos de preservar una autoridad, aunque sea local, de allí surgieron Francia en Paraguay, Flores en Ecuador, Páez en Venezuela, Santander en Colombia, Santa Cruz en Bolivia y Castilla en Perú.

Frustrado el proyecto unitario, vino la anarquía separatista que sólo pudo ser enfrentada con recias autoridades militares, quienes impidieron la gibarización de estas flamantes repúblicas.

Individualmente forjaron ejércitos nacionales, allí sus respectivos méritos; colectivamente, crearon las más infranqueables fronteras al interior de una misma nación, allí su tragedia para alcanzar la grandeza de Bolívar.

Se nos achaca no tener un plan en común, pero es difícil forjarlo donde no existen siquiera proyectos sub-nacionales de cada país. A través de estos dos siglos de independencia sólo algunos se dotaron de estrategias de Estado, fue el caso de Santa Cruz en Bolivia, el Chile de Portales, el Brasil de los Bragasa y la Argentina de Alberti.

La contradicción esbozada en el siglo XIX era entre civilización y barbarie. En el siglo XX fue entre dependencia y autonomía. En ambos casos había posiciones equivocadas, la barbarie era lo nativo y la autonomía era la renuncia a priori a la mundialización. Hoy no es posible pensar el desarrollo prescindiendo de lo nativo, veamos el ejemplo chino, hindú o mexicano. Empero, tampoco al revés: soslayando la globalización, sino veamos el TLC o la UE.

En nuestra región no han faltado apologístas de la unidad continental en casi todos los países. Rodo en Uruguay, Ugarte en Argentina, Vasconcelos en México o Haya de la Torre en Perú; no obstante, esa América era más arielista (idealista) que práctica (económica), más literaria que política, más de la poesía de Chocano que de las finanzas de Samuelson.

Cuando transformamos nuestra lírica en discurso económico, en 1947 con el establecimiento de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), bajo el liderazgo de Raúl Prebisch, comenzamos nuestra crítica al “sector exportador como el principal obstáculo al desarrollo económico” (Theotonio Dos Santos: “Desarrollo latinoamericano: pasado, presente y futuro”). El auge económico de la postguerra fue visto como un factor perverso para el desarrollo regional. Cuando otros países, como Taiwan, Singapur o Malasia, hacían de esa fórmula la base de su espectacular crecimiento. Otra vez confundimos verso con ingresos y rima con desarrollo.

Nunca fue más constante el crecimiento regional, a pesar de todas las carencias institucionales. Se superó el dilema entre civilización y barbarie del siglo XIX, el de progreso y atraso del novecientos y se centró entre desarrollo y subdesarrollo.

Los Estados que llevaron con mayor radicalismo estas fórmulas económicas pagaron un alto precio por este romanticismo en sus finanzas públicas: México, Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Perú.

Los que mantuvieron cierta heterodoxia: Brasil y Chile, pudieron mejor superar el corsé cepaliano. Brasil desde los Bragasa –aquella singular dinastía portuguesa que sentó las bases republicanas de los cariocas-, vivió aislada del continente: su lengua, su régimen monárquico y su monumental extensión –ocho millones y medio de kilómetros cuadrados- la hacia poco asimilable a la “normalidad” sudamericana.

Esta singularidad le permitió crear su propia doctrina del desarrollo, desde la época de Getulio Vargas hasta el general Medicil, concertó un proyecto único con objetivos permanentes de Estado. Lo que llevó a Henry Kissinger a identificar a un “sub-imperio” en este mosaico de Estados-siervos.

Este acuerdo-encuentro se plasmó en la Constitución de 1988, en donde la centro-derecha y la centro-izquierda lograron un pacto de estabilidad que ni el sobresalto político de Fernando Collor de Mello pudo frenar el crecimiento económico sostenido.

Todos sus últimos gobernantes son considerados estadistas, incluyendo al moderado Cardosa y al radical Lula ¿Tantos talentos de derecha e izquierda posee el Brasil? ó ¿Es que un Estado medianamente eficiente es capaz de prodigar mejores gobernantes más allá de sus ideologías?

La premisa brasileña es que venciendo a la favela interna, es posible arrinconar a la pobreza regional. La consistencia diplomática de Itamaraty posibilitó el MERCOSUR y amenaza sentar las bases de la Comunidad Sudamericana, a la condición de superar cualquier romanticismo puramente político, dotándolo de bases económicas sólidas.

Chile es otro fenómeno de singularismo. Su dimensión fue el efecto motor doctrinario de Diego Portales (1793-1837), para dotar a la aristocracia pelucona de un proyecto interno de sobrevivencia y expansión territorial, que le posibilitó una estrategia estatal con calculado éxito. La Confederación Peruana-Boliviana (1836-1839) fue su primera gran víctima militar y diplomática.

En el siglo XX, la discutida Decisión 24 del Acuerdo de Cartagena –sobre el tratamiento al capital extranjero-fue el Rubicon de los sureños contra el parroquialismo económico de la región. Rompió con el autárquico Pacto Andino y se abrió, sin complejos, a la globalización. En su momento fue criticado por imitar a Hong Kong, hoy es copiado por todos en relación al tratamiento de la inversión foránea. Superando internamente el trauma de la guerra civil, todos –izquierda y derecha-, se han concentrado en ser el país sudamericano más importante del Pacífico Sur, para ello se han trazado políticas de Estado a completar durante los próximos 30 años.

América del Sur –o Indoamérica- con sus 400 millones de habitantes, sus 17 millones de kilómetros cuadrados y sus riquezas naturales, carecen hoy de una representación proporcional a su envergadura, todavía los avances parciales no son signos de la existencia de esta América joven; no obstante, hoy ningún país por sí sólo es capaz de enfrentar la globalización, cuando todos comprendamos eso, América Latina dejará de ser una quimera para transformarse en una realidad, para proclamar cartesiana: “Unidos, luego existimos”.

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