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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Trabajo y educación

Un trabajador informal (por ejemplo, un típico vendedor ambulante), trabaja como promedio 12 horas diarias, sin descansar los fines de semana, ni los días feriados, no tiene derecho a vacaciones o a la seguridad social. Es laborioso, pero, a la vez pobre.

Aquí no se cumple la máxima bíblica: “Al que madruga, Dios le ayuda” ¿Por qué?

Este trabajador invierte más de 3400 horas anuales de trabajo, sus ganancias sólo le quedan para subsistir. Un trabajador estadounidense invierte cerca de la mitad de este tiempo (1824 horas), cada uno produce como promedio $63,617 dólares (Datos OIT). Que diferencia la miseria de uno y la prosperidad económica del otro, un hecho simple: la productividad.

No es la laboriosidad (ampliamente reconocida en los japoneses, coreanos, chinos, alemanes y, también, en los andinos), sino la productividad, que se explica por 3 elementos: 1. Uso adecuado de tecnologías, 2. Racionalidad empresarial para incentivar la dedicación y la compensación 3. Calificación permanente de sus recursos humanos.

Muchos de los que hoy venden en las calles o laboran en centros de trabajo poseen grados de instrucción primaria, secundaria e inclusive universitaria. Pero mucho de lo estudiado no le es útil en su labor cotidiana. La educación está disociada del trabajo y más aún de la productividad, esto es como ser más eficiente con el menor esfuerzo (físico).

Hoy está en crisis la productividad en aquellas sociedades que no han superado culturalmente el taylorismo -modo de organización del trabajo del sistema industrial-, que no exigía competencias y habilidades de los trabajadores, sino mecanizaba de manera repetitiva a sus obreros para cumplir funciones rutinarias. Actualmente se requiere un educando: emprendedor, innovativo, comunicativo y capaz de adaptarse a nuevas exigencias. Requiere conocimientos, pero a la vez inteligencia emocional (Daniel Goleman) para enfrentarse a la escasez de empleo con sentido creativo, y no cumpliendo la rutina de los miles de desempleados, a quienes la educación les aportó poco en su productividad.

Chile es el único país de Sudamérica que ha producido una auténtica revolución laboral: haber disminuido 2 horas a la semana la jornada de trabajo, sin disminuir el salario de los empleados. Esto se ha hecho porque la productividad año a año aumenta, sin necesidad de sobre tiempo. Aquí se sintetiza lo que debe hacer una reforma educativa para permitir el acceso al trabajo, que nos libera de él por medio de la productividad.

Lenguas y culturas

La Biblia a través de la alegoría de la torre de Babel nos muestra la diversidad de lenguas de la especie humana desde sus orígenes y la controversia que acarrea esta pluralidad lingüística.

Hoy se calculan en 6800 las lenguas habladas en el mundo, destacando dentro de ese universo once idiomas mayoritarios, sobresaliendo el chino mandarín con sus cerca de 1000 millones de hablantes, el inglés con sus 700 millones y el castellano con poco más de 400 millones de usuarios.

En el evento de la APEC realizado el año pasado en nuestro país, se evidenció que requeríamos más traductores, no sólo de inglés, sino de mandarín, japonés e incluso portugués. Cuando más exclusiva la lengua, mayor costo de traducción.

El Perú en esta materia educativa parte de atrás, razón por la cual el Ministerio de Educación ha becado con 200 horas de perfeccionamiento a 4 mil profesores de escuela públicas para especializarlos en inglés-americano. La iniciativa es válida. Empero, no hay que descuidar las necesidades específicas de cada región, hoy los jóvenes de Loreto, Ucayali o por donde pase la carretera Interoceánica, necesitan saber el portugués que nos abrirá la puerta de 200 millones de usuarios y consumidores brasileños.

Hoy día el dominio de más de una lengua es reforzar las competencias del educando, hacerlo más productivo y con mayores alternativas laborales.

En principio, resulta válida la recomendación de que se promueva el manejo generalizado, por parte de los hablantes, de al menos tres lenguas: la lengua materna, la lengua de una comunidad lingüística vecina, y una lengua de amplio alcance internacional. Y eso porque de ese modo se cubre un espectro realmente global sin olvido de lo local. Una iniciativa que apunta a este mismo tipo de preocupaciones es la propuesta de una Declaración Universal de Derechos Lingüísticos.

La globalización nos impone nuevos retos. Taiwán acaba de hacer oficial el inglés al lado de su idioma mayoritario el chino. Chile ha hecho obligatoria la enseñanza del inglés en la instrucción primaria y secundaria. Ninguna de estas exigencias, significan desconocer otras lenguas, sino reconocemos en un mundo multilingüe con identidades diversas. Para fortalecer nuestra identidad necesitamos revalorar nuestras lenguas ancestrales y para integrarnos al mundo es importante reforzar el aprendizaje del inglés, nada de ello es incompatible como algunos prejuiciosamente creen. El Perú es singular por sus fonemas nativos Rímac, pisco, maca, coca –a pesar de la Coca Cola-, o Macchu Picchu, y nuestra singularidad existirá hasta que pervivan estas voces. Empero, estas voces se potenciarán, en tanto nos instalemos en el mundo globalizado de los idiomas predominante.

No muy lejos del futuro...

¿Existe América Latina?

“La historia propiamente de un pueblo comienza cuando este se eleva a su conciencia”

Hegel.

Cuando Renato Descartes sentenció: “Pienso, luego existo”, estableció que la presencia física no presumía una vida efectiva, pues esta sólo surgía de la autocomprensión histórica, que instauraba una realidad singular y por tanto tangible a los demás.

Si partiéramos de la postura cartesiana: América Latina no existe. En cuanto, no tenemos todavía comprensión cabal de nuestra existencia como unidad física o política. No basta nuestra gran extensión, no es suficiente nuestra densa población, si a ello no la confirmamos en un reconocimiento deliberado de una unidad autónoma per se.

Es más, vivimos colonizados por las palabras: Colón en su confusión geográfica nos achacó ser uno de los extremos de la India. Hasta que los franceses en la disputa contra los anglosajones, establecieron una nueva zona de influencia cultural, bautizada con el sugestivo nombre de América Latina, para alejarla de la influencia dominante de la América inglesa.

Por tanto, esta sólo es una construcción lingüística de dudoso origen, se asigna la paternidad al francés Lamennais quien influyo sobre Francisco Bilbao Barquin (1823-1865) a quien le escribiera en 1853: “Nada hay que esperar de la América española mientras permanezca enyugada a un clero imbuido en las doctrinas mas detestables (…) La Providencia la ha destinado a formar el contrapeso de la raza anglosajona, que representa y representara siempre las fuerzas ciegas de la materia (…) No llenara esta misión tan bella sino (…) uniéndose y fundiéndose con las otras dos naciones latinas, la nación italiana y la nación francesa”, tiempo después (1856) , Bilbao uso el concepto América Latina ( incluyendo a México y Centroamérica) en una conferencia en Paris, superando la regencia de Hispanoamérica, América del Sur o “Nouveau Monde”. El liberal chileno propuso con entusiasmo las “Bases para la formación de una Liga Latinoamericana” (1861). L.M Tisserand teorizo sobre esta nueva región llamada “L’Amerique Latine”, sirviendo de pretexto para justificar la intervención recolonizadora de Napoleón III en México (1862-1867). Bilbao escribió un opúsculo de denuncia contra este envelecimiento de su propuesta integradora: “La América en peligro” (1862), donde confirmo la lealtad a sus ideales libertarios.

Deseábamos desespañolizarnos, pero ello implicaba otros riesgos que pronto se manifestaron tan dañinos como los anteriores. Ha reflexionado con talante hispanoamericano el escritor conservador español Pio Moa: “La realidad ha impuesto “Latinoamérica”, cosa no del todo injusta, pues esa palabra, conceptualmente corrupta, resume la realidad histórica de unos países desgraciadamente conocidos por fenómenos como el narcotráfico, las guerrillas mesiánicas, el golpismo, la retórica hueca y las manías de grandeza y mezcladas con un esencial falta de autorrespeto”

¿Que ocurrió con el proyecto de integración en el siglo XIX? Fracasado el más ambicioso proyecto bolivariano, desapareció el más formidable caudillo unionista, levantándose sobre su legado un conjunto de caudillos deseosos de preservar una autoridad, aunque sea local, de allí surgieron Francia en Paraguay, Flores en Ecuador, Páez en Venezuela, Santander en Colombia, Santa Cruz en Bolivia y Castilla en Perú.

Frustrado el proyecto unitario, vino la anarquía separatista que sólo pudo ser enfrentada con recias autoridades militares, quienes impidieron la gibarización de estas flamantes repúblicas.

Individualmente forjaron ejércitos nacionales, allí sus respectivos méritos; colectivamente, crearon las más infranqueables fronteras al interior de una misma nación, allí su tragedia para alcanzar la grandeza de Bolívar.

Se nos achaca no tener un plan en común, pero es difícil forjarlo donde no existen siquiera proyectos sub-nacionales de cada país. A través de estos dos siglos de independencia sólo algunos se dotaron de estrategias de Estado, fue el caso de Santa Cruz en Bolivia, el Chile de Portales, el Brasil de los Bragasa y la Argentina de Alberti.

La contradicción esbozada en el siglo XIX era entre civilización y barbarie. En el siglo XX fue entre dependencia y autonomía. En ambos casos había posiciones equivocadas, la barbarie era lo nativo y la autonomía era la renuncia a priori a la mundialización. Hoy no es posible pensar el desarrollo prescindiendo de lo nativo, veamos el ejemplo chino, hindú o mexicano. Empero, tampoco al revés: soslayando la globalización, sino veamos el TLC o la UE.

En nuestra región no han faltado apologístas de la unidad continental en casi todos los países. Rodo en Uruguay, Ugarte en Argentina, Vasconcelos en México o Haya de la Torre en Perú; no obstante, esa América era más arielista (idealista) que práctica (económica), más literaria que política, más de la poesía de Chocano que de las finanzas de Samuelson.

Cuando transformamos nuestra lírica en discurso económico, en 1947 con el establecimiento de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), bajo el liderazgo de Raúl Prebisch, comenzamos nuestra crítica al “sector exportador como el principal obstáculo al desarrollo económico” (Theotonio Dos Santos: “Desarrollo latinoamericano: pasado, presente y futuro”). El auge económico de la postguerra fue visto como un factor perverso para el desarrollo regional. Cuando otros países, como Taiwan, Singapur o Malasia, hacían de esa fórmula la base de su espectacular crecimiento. Otra vez confundimos verso con ingresos y rima con desarrollo.

Nunca fue más constante el crecimiento regional, a pesar de todas las carencias institucionales. Se superó el dilema entre civilización y barbarie del siglo XIX, el de progreso y atraso del novecientos y se centró entre desarrollo y subdesarrollo.

Los Estados que llevaron con mayor radicalismo estas fórmulas económicas pagaron un alto precio por este romanticismo en sus finanzas públicas: México, Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Perú.

Los que mantuvieron cierta heterodoxia: Brasil y Chile, pudieron mejor superar el corsé cepaliano. Brasil desde los Bragasa –aquella singular dinastía portuguesa que sentó las bases republicanas de los cariocas-, vivió aislada del continente: su lengua, su régimen monárquico y su monumental extensión –ocho millones y medio de kilómetros cuadrados- la hacia poco asimilable a la “normalidad” sudamericana.

Esta singularidad le permitió crear su propia doctrina del desarrollo, desde la época de Getulio Vargas hasta el general Medicil, concertó un proyecto único con objetivos permanentes de Estado. Lo que llevó a Henry Kissinger a identificar a un “sub-imperio” en este mosaico de Estados-siervos.

Este acuerdo-encuentro se plasmó en la Constitución de 1988, en donde la centro-derecha y la centro-izquierda lograron un pacto de estabilidad que ni el sobresalto político de Fernando Collor de Mello pudo frenar el crecimiento económico sostenido.

Todos sus últimos gobernantes son considerados estadistas, incluyendo al moderado Cardosa y al radical Lula ¿Tantos talentos de derecha e izquierda posee el Brasil? ó ¿Es que un Estado medianamente eficiente es capaz de prodigar mejores gobernantes más allá de sus ideologías?

La premisa brasileña es que venciendo a la favela interna, es posible arrinconar a la pobreza regional. La consistencia diplomática de Itamaraty posibilitó el MERCOSUR y amenaza sentar las bases de la Comunidad Sudamericana, a la condición de superar cualquier romanticismo puramente político, dotándolo de bases económicas sólidas.

Chile es otro fenómeno de singularismo. Su dimensión fue el efecto motor doctrinario de Diego Portales (1793-1837), para dotar a la aristocracia pelucona de un proyecto interno de sobrevivencia y expansión territorial, que le posibilitó una estrategia estatal con calculado éxito. La Confederación Peruana-Boliviana (1836-1839) fue su primera gran víctima militar y diplomática.

En el siglo XX, la discutida Decisión 24 del Acuerdo de Cartagena –sobre el tratamiento al capital extranjero-fue el Rubicon de los sureños contra el parroquialismo económico de la región. Rompió con el autárquico Pacto Andino y se abrió, sin complejos, a la globalización. En su momento fue criticado por imitar a Hong Kong, hoy es copiado por todos en relación al tratamiento de la inversión foránea. Superando internamente el trauma de la guerra civil, todos –izquierda y derecha-, se han concentrado en ser el país sudamericano más importante del Pacífico Sur, para ello se han trazado políticas de Estado a completar durante los próximos 30 años.

América del Sur –o Indoamérica- con sus 400 millones de habitantes, sus 17 millones de kilómetros cuadrados y sus riquezas naturales, carecen hoy de una representación proporcional a su envergadura, todavía los avances parciales no son signos de la existencia de esta América joven; no obstante, hoy ningún país por sí sólo es capaz de enfrentar la globalización, cuando todos comprendamos eso, América Latina dejará de ser una quimera para transformarse en una realidad, para proclamar cartesiana: “Unidos, luego existimos”.

El Cerebro de Hawking

Stephen Hawking (1942), es el genio más renombrado del mundo. A pesar, de vivir hace 30 años inmovilizado a una silla de ruedas, en las últimas décadas ha hecho sus aportes más significativos a la ciencia: la finitud del universo, el inicio del tiempo y las características de los indescifrables agujeros negros.

Ni Isaac Newton ni Albert Einstein, tuvieron las severas limitaciones de Hawking, aquejado de una enfermedad neurológica grave, que paraliza su cuerpo y le impide incluso hablar con soltura. La hemiplejía no ha frenado el juego creativo de sus potentes neuronas.

Hawking fue un niño lleno de fantasías, deseoso de conocer y con un talento singular para concentrarse con entusiasmo en las cosas más infantiles. Cuando le sobrevino la crisis neurológica degenerativa, buscó la mayor información sobre el síndrome de Lou Gehing, se afectó cuando verificó que era un mal incurable que la ciencia no había encontrado solución.

En medio de esta tragedia personal, apareció el hombre racional pero optimista, que no cede al pesimismo, ni se da al abandono, evaluó que le quedaba pocos años de vida y –según él- había hecho muy poco por la ciencia física, se planteo el reto de maximizar su vida en base a objetivos cognitivos. Además aplicó la ley de la compensación, para descubrir la potencia no alcanzada de su sabiduría.

Vio la vida desde un extremo favorable, aprendió –según el- a amar con mayor profundidad –se volvió a casar con una colega- y ser el símbolo viviente de los discapacitados de la tierra, rompiendo el mito del minusválido, que los postra en la indiferencia intelectual y la dependencia social.

El cerebro de Einsteins quiso ser descifrado para descubrir las claves de su genialidad, en su momento el cerebro de Hawking buscará ser comprendido, encontrado que conocimiento, fantasía y perseverancia, no hacen al genio si éste no posee el optimismo.